Desafortunadamente no había plazas en el vuelo mañanero (sobre las 7 creo que salía) de Sharm el Skeik a El Cairo, aunque visto lo que nos pasó, casi mejor, porque hubiéramos llegado tardísimo o lo hubiéramos perdido...
Resulta que esa noche cambiaban la hora en España, pero no en Egipto, que la habían cambiado en agosto para hacer más llevadero el Ramadán. El caso es que mi móvil que es muy listo, se cambió sólo de hora por la noche y no nos dimos cuenta hasta un rato despues de levantarnos. Menos mal que nos queríamos despertar con tiempo para desayunar tranquilamente, hacer un rato esnórquel para despedirnos de los pececines del Mar Rojo y darnos un último baño en la piscina desierta del hotel. (Había dos piscinas, una más grande y llena de gente, que estaba a unos 30º sin exagerar, que lo ponía en el puesto de las toallas, y otra, más pequeñita y en la que sólo nos bañamos nosotros y un par de viejos más. No es que esta segunda piscina estuviera fría, estaba normal. De hecho, estaba caliente comparada con el agua de algunas piscinas aquí en España e infinitamente más caliente que la de la motonave del Nilo, a la que parecía que le echaban cubitos de hielo por la noche).
Ésta es la piscina calentorra.
Y ésta la piscina en su punto.
Además, había un lugar por donde salían burbujas que era la mar de relajante.
Y éste es el final de la pasarela desde donde se bajaba a bucear o hacer esnórquel.
(Viendo esta foto me he dado cuenta de que necesitaba hacer la operación "pre-navidad". ;o) Y no estoy enfadada, aunque parezca que estoy a punto de hacer pucheros).
Volviendo a lo que estábamos. Pues resultó que nos levantamos una hora más tarde, por lo que tuvimos que desayunar un poco más rápido, hacer esnórquel un poco menos tiempo (aunque suficiente para despedirnos de los corales que más nos habían gustado) y tuvimos que pasar de darnos el baño refrescante en la piscina solitaria. Y total, para qué, para que se retrasara el vuelo a El Cairo? Pues sí.
Además, el día anterior había visto un libro con imágenes alucinantes sobre el fondo marino y quería haberlo comprado, pero eso lo había visto en la parte del aeropuerto de vuelos internacionales y ese día estábamos en vuelos domésticos, donde no había ni una triste tienda, ni un triste nada. Así que me quedé con las ganas. La próxima vez que vaya haré mis propias fotos y no me hará falta comprarlo.
En fin, llegamos a nuestro hotel en El Cairo sobre las 5 de la tarde y nos fuimos a comer, porque no habíamos comido nada desde el desayuno. A Carlos no le importaba demasiado, porque la noche anterior nos había sentado mal la cena, la maldición de Tutankamón, y nos habíamos puesto un poco malos y él seguía con el estómago regular, pero yo tenía más hambre que un perrillo chico. El restaurante era regular, pero tenía vistas a las Pirámides, así que algo compensaba. Además, el pan de pita estaba de escándalo, como en cada lugar de Egipto, por otra parte.
Después de esto, regresamos al hotel, pues teníamos que esperar a un muchacho que tenía que traernos una pulsera que le había encargado a nuestro guía. Resulta que le había pedido una para mi hermana, pero como soy culo veo culo quiero, cuando me la dio me encantó y le pedí una para mí. Total, que cuando llegó el muchacho, que hablaba tres palabras en inglés y ninguna en español, resultó que la pulsera me estaba grande. Teníamos dos opciones, que el muchacho se fuera y esperar a que volviera más tarde o al día siguiente, o acompañarlo hasta el taller donde hacían las pulseras y ya llevármela puesta. Y eso hicimos.
Nos plantamos en medio de la carretera con el chaval buscando un taxi. Como no consiguió que ningún taxi "normal" parara para llevarnos tan cerca (porque íbamos relativamente cerca, al menos en proporciones cairotas), nos montamos en uno colectivo, en el que nos dimos cuenta que el sistema se tiene que basar en la honradez de las personas. Me explico. Un taxi colectivo es una furgonetilla similar a la que se muestra en la foto.
Éstas tienen unas rutas establecidas, así que si no sabes a donde se dirige, le preguntas al conductor y si te interesa te subes y si no pues lo dejas pasar. Todo esto sin que la furgoneta pare del todo, aunque con la cantidad de tráfico que hay en El Cairo (que hace que Madrid parezca una ciudad tranquila) tampoco es que vayan muy deprisa.
En fin, que si te interesa, te subes y te sientas donde haya sitio, que puede ser justo detrás del conductor o al fondo del todo. Y aquí es donde pienso yo que el sistema se basa en la honradez de las personas, porque te subas donde te subas, tú pasas el dinero para adelante, todo el mundo se lo va pasando hasta que llega al conductor y éste, si es preciso, te pasa la vuelta de la susodicha persona. Y nadie se queda con nada, ni nadie intenta no pagar.
Fue una experiencia interesante, a pesar de que todos, absolutamente todos, los que se subieron en el taxi clavaron su mirada en mi pescuezo, preguntándose qué haría la guiri aquélla allí montada...
Siguiendo con la historia, nos bajamos, con la furgoneta casi en marcha, en frente de una calle muy concurrida, pero al otro lado de la acera, por lo que empezó la segunda "aventura" del día: cruzar como los egipcios. Creo que ya lo he comentado antes, pero esto es cruzar casi con los ojos cerrados esperando que todos los coches te vayan esquivando. Y lo peor es que lo hacen, en la mayoría de los casos. Lo conseguimos, no sin que se nos encogiera un poquillo el corazón con algunos frenazos y acelerones.
Estábamos en Arish Street, una calle para nada turística. Creo que no exagero si digo que éramos los únicos extranjeros de toda la calle. Había muchas tiendas, comercios, muchísima gente... pero no pudimos hacer ninguna foto porque íbamos en busca de la pulsera con el chavalito éste que no hablaba otra cosa que no fuera árabe. Un poco antes de llegar a la tienda, nos invitó a un zumo de caña de azúcar, que es verde, y buenísimo. Nos encantó a los dos.
Tras esto, llegamos al taller donde hacían las pulseras. Estaba compuesto por un hombre corpulento, (que bien podría decir: "I am not fat, I am big-bones!") que tenía una mesa amplia en un pequeño despacho a la entrada del taller, por unos pocos jóvenes encargados, mediante interminables hojas excell, de gestionar los pedidos realizados, y de unas 10 personas, algo mayores, que eran los que hacían las pulseras, colgantes, anillos y pendientes. Las medidas de seguridad brillaban por su ausencia. Carlos podría enumerar todas las normativas que estaban incumpliendo, ya que es titulado superior en prevención de riesgos laborales, pero el simple hecho de la poca ventilación que tenían en el taller, donde trabajaban con productos químicos, ya hacía aquel lugar poco conveniente para el trabajo.
Al final, tras algunas pruebas de la medida de mi muñeca, decidieron cambiar dos eslabones que tenía por otros dos más pequeños, quedándose la pulsera como si me la hubieran hecho a medida! Jeje.
Después de esto, habíamos quedado con un amigo de Couch Surfing, que nos había ayudado en la preparación del viaje, y al que teníamos muchas ganas de conocer,
Seif.
Fue verdaderamente un encanto. Nos recogió al comienzo de la calle en la que estábamos (con suerte en la acera en la que nos encontrábamos), lugar hasta el que nos acompañó, por encargo del jefe, uno de los chavalillos que trabajaba para él (que tampoco hablaba ni inglés ni español).
Con Seif fuimos a cenar a un restaurante que, aunque no fue nada caro, parecía bastante pijillo.(Bueno, no fue caro para nosotros, claro, para el nivel de vida de Egipto sí que era carillo). Me sorprendió que, aunque no la pedimos, nos pusieron una botella de agua y que había una en cada mesa ocupada. Comimos bastante bien, y los platos eran enormes. Carlos y yo compartimos uno (porque él seguía con el estómago renqueante) y fue más que suficiente. De hecho creo que no conseguimos terminarlo.
Aunque todo estaba bueno, lo mejor de la cena, sin duda, fue este estupendísimo postre, que me entraron ganas de llevar al hotel para el desayuno del día siguiente:
Es una pena que en la foto que nos sacamos no salieran los platos, porque ya os digo que eran enormes!!!
La última foto de la noche fue la que nos hicimos Seif y yo en la puerta del restaurante.
Lo malo es que no puedo decir de cuál restaurante se trataba porque no me acuerdo del nombre. :-(
Para que no tuviéramos que coger un taxi, nos llevó hasta nuestro hotel, dejándonos en la mismísima puerta, antes de irse para el trabajo.
Y así terminó nuestro penúltimo día de estancia en El Cairo. No vimos ningún monumento, pero me encantó ver el ambiente de una calle real de El Cairo, nos "divertimos" montando en el taxi colectivo, nos encantó el zumo de caña de azúcar, y nos encantó conocer a Seif, al que por cierto voy a mandarle las fotos ahora mismo!